Ya no hay vuelta atrás. La Feria de la Alubia y la
Hortaliza se convierte cada año en un evento más multitudinario. Ni
siquiera la molesta e intermitente lluvia que cayó sobre Casar de
Periedo supuso un problema para los visitantes. Aunque se notó algo en
las ventas, según decían los comerciantes, a las dos y media de la tarde
ya no quedaban tickets para comer el cocido. Las mareas de gente en
todas direcciones se entrelazaron por los puestos que forraron los muros
de la localidad. No había un aparcamiento libre ni un puesto sin gente.
Los que acudieron por primera vez a este encuentro que se tarda en
preparar un año no daban crédito: “Es impresionante. Una gran iniciativa
en la que se saca lo típico de Cantabria”, explicaba José Manuel, que
ha venido desde Miera en autobús.
Alubias hubo, por supuesto, pero mucho más. Tomates,
calabazas, mieles, quesos, bizcochos, café, castañas, artesanía de
Cantabria, artesanía de fuera de Cantabria, collares... La variedad
emocionaba al cliente. “¿Cuánto valen éstas y de dónde son?”, le
pregunta un hombre a Ana Díaz, una abuela de Casar cuyas gafas negras se
dejan ver bajo el pañuelo que lleva en la cabeza: “ésta es la alubia
típica de aquí y vale 15 euros”, responde. Hay más de diez personas en
torno a su puesto, una mesa con cuatro o cinco sacos de alubias de
diferentes colores. El cartel que cuelga de una de las patas de la mesa
es su mejor baza para atraer a la gente: “Alubias de Casar de Periedo”.
Todo el mundo quiere esas, las de allí. “Son ecológicas. El año pasado
lo vendí todo y este año, aunque hemos empezado algo flojos, seguro que
también”, dice mientras pesa un puñado de alubias en un peso “que me
regalaron en el año 1969, cuando me casé”. Y todavía funciona “de
maravilla”.
A la una y media del medio día la gente apenas podía
caminar entre la muchedumbre. Juan y Menchu vienen todos los años “a
esta fiesta tan familiar”. Ellos ya se van, pero desde donde están aún
se escuchan las gaitas y los tambores. Tras la barra donde se venden
bebidas estaba Adela friendo “cientos de tortos”, justo enfrente de la
olla donde se prepara el cocido. Los olores se mezclan. Adela empezó a
amasar a las seis. “Utilizamos más de cien kilos de harina”. Encima,
cuando acaban de trabajar, “ya nunca queda cocido”. Rosa María
seguramente tampoco lo come, aunque es una de las que ayudan a
prepararlo. “Lo hicimos ayer por la tarde y esta mañana pronto cocimos
las alubias”. El año pasado se repartieron 1.600 raciones. El ticket
para el cocido costaba dos euros y las colas llegaban hasta el final del
pueblo. En una palabra: “¡vuela!”, dice Rosa.
Las que también volaban ayer eran las alubias del puesto
de Juliana Ruesga. “Estupendo”, así define el ambiente. “A la una y
media solemos haber vendido todo”, explican ella y su hija. Tienen la
alubia roja, la de cocido, la del Pilar y la placeta. Son veteranas.
Después de las alubias, el segundo protagonista fue el queso. Gabi tiene
queso “de oveja, de cabra y mezcla” y dice que ha vendido un poco menos
que otros años “por el mal tiempo”.
Además, una exposición de aperos de labranza y una
recreación de una escuela de los años cuarenta, con olor a humedad de
libros viejos con páginas amarillentas. “Es una pasada”, decían. Bajo un
toldo había mujeres mayores disfrazadas de mujeres aún más mayores,
haciendo alfombras y felpudos con hojas de maíz. Es la primera vez que
vienen, “pero el año que viene repetimos”. Se lo están pasando bien,
como las 6.00 personas que se calcula pasaron por la feria en el día de
ayer. Los organizadores, vecinos del pueblo, empiezan hoy a preparar la
feria de la alubia del año que viene.
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