«Súbete a la silla, agarra este tubo de cobre y mira por un
extremo cómo baja este imán de Neodimio por su interior». El pequeño
cilindro desciende en espiral, muy lentamente, sin apenas tocar las
paredes interiores del tubo, como si levitara. «¿Lo ves? Se puede
trasladar a un alumno a otro mundo en diez segundos», dice con una
amplia sonrisa Alberto Aguayo (Torrelavega, 1962). Es profesor de Física
y Química en el instituto Valle del Saja (Cabezón de la Sal), donde
ejerce desde hace más de una década su especialidad: utilizar la "magia"
de la Física para convertir a sus estudiantes en científicos. Esta
habilidad le ha valido el premio nacional de la Real Sociedad de Física a
la divulgación de la Física en enseñanzas medias «por su capacidad
creativa e innovadora preparando materiales didácticos, siendo asimismo
un magnifico generador de vocaciones en Física, promoviéndolas incluso
en pequeñas poblaciones con un importante componente rural».
El departamento de Física y Química, formado por Alberto
Aguayo y Covadonga Gutiérrez -juntos ganaron el año pasado otro premio
nacional, esa vez concedido por la Real Sociedad de Química- , siempre
ofrece a los alumnos actividades fuera del horario de clases: trabajos
de investigación voluntarios, participación en ferias de educación,
asistencia a certámenes de jóvenes investigadores, experimentos... Ahora
que la ciencia sufre en España los rigores de la crisis, el instituto
de Cabezón se ha convertido en fábrica de vocaciones. «Es difícil
comparar con otros centros porque somos un instituto pequeño -tiene 386
alumnos, la cuarta parte que el IES Santa Clara-, pero sí que es verdad
que el número de exalumnos que cursan la carrera de Física es muy
elevado, lo que a veces te hace sentir un exceso de responsabilidad. Por
ejemplo, cuando un alumno te dice que tenía la idea de hacer una
ingeniería y que al final elige Física por ti. Entonces piensas en que
la ciencia exige un esfuerzo enorme y que quizá aquí se lo han pasado
demasiado bien», confiesa.
El mérito es doble cuando la propia Administración
arrincona las ciencias. «Un chaval que no quiera estudiar Física y
Química se va de rositas con dos horas semanales en 3º de ESO -no hay
más horas obligatorias en todo el currículo-. Esta sociedad -opina
Aguayo- está miope si no ve que tiene que entusiasmar a los chavales con
la ciencia desde las enseñanza medias. Hay asignaturas como esta que
está salvando los muebles gracias a los entusiasmos personales y la
enorme profesionalidad de los enseñantes, pero no hay una estructura que
garantice que se pueda ofrecer calidad en el sistema actual».
En el Valle del Saja, por ejemplo, se desarrollan
actividades de refuerzo en los recreos, por las tardes o los fines de
semana. Son siempre voluntarias, pero es raro que haya un chaval que no
participe. Este curso, los diez alumnos que han elegido Física y Química
en 2º de Bachillerato están en las actividades de refuerzo. Para los
profesores del departamento, eso supone poner de su parte mucho más de
lo que cubre la nómina. «Mucho tiempo y un poco de dinero», precisa
Aguayo. «Recuerdo cantidad de experimentos que hemos hecho con
materiales que fui buscando en desguaces y chatarrerías, llamando a
muchas puertas y pidiendo favores».
La Consejería de Educación ha lanzado este curso un
programa de mejora de la calidad educativa que pretende, entre otras
cosas, extender a toda Cantabria los proyectos educativos más exitosos.
«Yo no sé si me atrevería a encabezar un seminario en el que tratase de
enseñar a mis propios compañeros cómo hacer las cosas», explica Aguayo.
«Lo digo sin falsa modestia: no me creo mejor que nadie. Pero lo que me
parece fundamental es compartir recursos, tanto materiales como
teóricos. Hay mucho chaval que ingresa ahora en la función pública y que
estaría deseoso de compartir nuestra experiencia en el laboratorio. En
los institutos estamos los mismos que hace 20 o 25 años y se echa de
menos la aportación de chavales que acaban de terminar la carrera, que
manejan nuevas tecnologías y que son un soplo de aire fresco
fundamental. Si no hay horas de clase deberían entrar al menos como
profesores de prácticas, pero se está priorizando de manera equivocada».
Aguayo asegura que está «desbordado» por las muestras de
cariño que está recibiendo. El premio -y los 8.000 euros que le
corresponden- son una pequeña compensación a tanta dedicación y una
motivación para seguir ilusionando con la ciencia. «Ahora queda seguir
trabajando. La mejor manera de defender la enseñanza pública es tratar
de llevar todas tus ganas y tu capacidad de entusiasmar a estos
maravillosos chavales de Cabezón».
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