"Estamos miopes si no vemos que hay que impulsar la ciencia desde el colegio"

20 febrero 2014

'Estamos miopes si no vemos que hay que impulsar la ciencia desde el colegio'

«Súbete a la silla, agarra este tubo de cobre y mira por un extremo cómo baja este imán de Neodimio por su interior». El pequeño cilindro desciende en espiral, muy lentamente, sin apenas tocar las paredes interiores del tubo, como si levitara. «¿Lo ves? Se puede trasladar a un alumno a otro mundo en diez segundos», dice con una amplia sonrisa Alberto Aguayo (Torrelavega, 1962). Es profesor de Física y Química en el instituto Valle del Saja (Cabezón de la Sal), donde ejerce desde hace más de una década su especialidad: utilizar la "magia" de la Física para convertir a sus estudiantes en científicos. Esta habilidad le ha valido el premio nacional de la Real Sociedad de Física a la divulgación de la Física en enseñanzas medias «por su capacidad creativa e innovadora preparando materiales didácticos, siendo asimismo un magnifico generador de vocaciones en Física, promoviéndolas incluso en pequeñas poblaciones con un importante componente rural».

El departamento de Física y Química, formado por Alberto Aguayo y Covadonga Gutiérrez -juntos ganaron el año pasado otro premio nacional, esa vez concedido por la Real Sociedad de Química- , siempre ofrece a los alumnos actividades fuera del horario de clases: trabajos de investigación voluntarios, participación en ferias de educación, asistencia a certámenes de jóvenes investigadores, experimentos... Ahora que la ciencia sufre en España los rigores de la crisis, el instituto de Cabezón se ha convertido en fábrica de vocaciones. «Es difícil comparar con otros centros porque somos un instituto pequeño -tiene 386 alumnos, la cuarta parte que el IES Santa Clara-, pero sí que es verdad que el número de exalumnos que cursan la carrera de Física es muy elevado, lo que a veces te hace sentir un exceso de responsabilidad. Por ejemplo, cuando un alumno te dice que tenía la idea de hacer una ingeniería y que al final elige Física por ti. Entonces piensas en que la ciencia exige un esfuerzo enorme y que quizá aquí se lo han pasado demasiado bien», confiesa.

El mérito es doble cuando la propia Administración arrincona las ciencias. «Un chaval que no quiera estudiar Física y Química se va de rositas con dos horas semanales en 3º de ESO -no hay más horas obligatorias en todo el currículo-. Esta sociedad -opina Aguayo- está miope si no ve que tiene que entusiasmar a los chavales con la ciencia desde las enseñanza medias. Hay asignaturas como esta que está salvando los muebles gracias a los entusiasmos personales y la enorme profesionalidad de los enseñantes, pero no hay una estructura que garantice que se pueda ofrecer calidad en el sistema actual».

En el Valle del Saja, por ejemplo, se desarrollan actividades de refuerzo en los recreos, por las tardes o los fines de semana. Son siempre voluntarias, pero es raro que haya un chaval que no participe. Este curso, los diez alumnos que han elegido Física y Química en 2º de Bachillerato están en las actividades de refuerzo. Para los profesores del departamento, eso supone poner de su parte mucho más de lo que cubre la nómina. «Mucho tiempo y un poco de dinero», precisa Aguayo. «Recuerdo cantidad de experimentos que hemos hecho con materiales que fui buscando en desguaces y chatarrerías, llamando a muchas puertas y pidiendo favores».

La Consejería de Educación ha lanzado este curso un programa de mejora de la calidad educativa que pretende, entre otras cosas, extender a toda Cantabria los proyectos educativos más exitosos. «Yo no sé si me atrevería a encabezar un seminario en el que tratase de enseñar a mis propios compañeros cómo hacer las cosas», explica Aguayo. «Lo digo sin falsa modestia: no me creo mejor que nadie. Pero lo que me parece fundamental es compartir recursos, tanto materiales como teóricos. Hay mucho chaval que ingresa ahora en la función pública y que estaría deseoso de compartir nuestra experiencia en el laboratorio. En los institutos estamos los mismos que hace 20 o 25 años y se echa de menos la aportación de chavales que acaban de terminar la carrera, que manejan nuevas tecnologías y que son un soplo de aire fresco fundamental. Si no hay horas de clase deberían entrar al menos como profesores de prácticas, pero se está priorizando de manera equivocada».

Aguayo asegura que está «desbordado» por las muestras de cariño que está recibiendo. El premio -y los 8.000 euros que le corresponden- son una pequeña compensación a tanta dedicación y una motivación para seguir ilusionando con la ciencia. «Ahora queda seguir trabajando. La mejor manera de defender la enseñanza pública es tratar de llevar todas tus ganas y tu capacidad de entusiasmar a estos maravillosos chavales de Cabezón».

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