«Vivimos una crisis de la abundancia»

23 diciembre 2010

Sentarse frente a este hombre, aún joven para estar jubilado, es recobrar de alguna manera las ideas solidarias y altruistas de cuando pensábamos que podíamos cambiar el mundo. Luis Ángel Iglesias Sánchez tiene 45 años y «desde siempre» tuvo la inquietud de ayudar a los demás, pero la vida le obligó a ponerse a trabajar siendo un chaval muy joven. Cuando una enfermedad le paró de golpe y le jubilaron anticipadamente sabía que había llegado el día de convertir sus deseos en realidad.


Desde hace cinco años dedica prácticamente todo su tiempo libre -que es mucho- a colaborar con la organización 'Niños del Mundo', en acciones solidarias en Iberoamérica principalmente, y con Acat (Asociación Cántabra de Ayuda al Toxicómano) supervisando que las personas en tratamiento no dejen de hacer sus controles de orina para así ayudarles en su evolución.

La relación con Latinoamérica es una iniciativa a reseñar. En unas inmensas naves cedidas gratuitamente por el Gobierno regional, y por un vecino de Cabezón de la Sal, este hombre y otras dos personas reúnen todo el material de primera necesidad que les regalan grandes empresas como Eroski, El Corte Inglés, Lidl, Ikea, o material médico de Médicos Mundi, entre otras. Son excedentes o artículos de fuera de temporada que se destinan a aquellos lugares donde hay mayores bolsas de pobreza en Bolivia, Perú, Chile y Guatemala principalmente.

Cuando acude a estos países a hacer ayuda directa, Luis Ángel se paga el viaje de su bolsillo. Reconoce que haber pasado tres meses en la región de Pisco (Perú) tras el terremoto de 2007, le cambió totalmente la vida. «Cuando ocurrió aquella catástrofe me fui allí a supervisar la llegada del material humanitario que habíamos enviado y su reparto. Aproveché la estancia para irme al asentamiento de Manchay, con 90.000 chabolistas, para trabajar con los más pobres de una región paupérrima. Pasé las navidades con ellos, y aunque no tienen nada, podía elegir entre más de cien chabolas donde cenar en Nochebuena».

Rozar con su cuerpo la miseria y la generosidad de aquellas personas pobres entre los pobres cambió su vida y su concepto del bienestar y de la felicidad: «Pasé muy malos ratos al vivir tan de cerca lo que realmente son problemas y necesidades. Aprendí a soltar el aprecio por todo lo que tenemos y no necesitamos».

Quienes le rodean, sus conocidos y familiares, le apoyan en sus iniciativas solidarias, pero como tantas otras personas que hacen una labor similar, no ve en ello nada especial. «Recibo más satisfacciones que con cualquier otra cosa que pudiera hacer», afirma. Aunque tiene amigos que creen que está «un poco loco» y dice que ellos son «los que no se dan cuenta de que sólo vivimos una vez y que no hay que ser ajenos a lo que les pasa a los demás. Aquí cada uno va a lo suyo».

Iglesias mantiene que «no es nada del otro mundo» lo que hace y asegura, sin dudar un instante, que es «plenamente feliz. A veces, cuando estás tan cerca de la miseria, se te cae el alma al suelo. Pero la propia generosidad de los que nada tienen te da una lección y hace que te sientas muy bien».

Este solidario considera que hay mucha gente que se aburre, que no tiene nada que hacer en el día, por lo que les anima a que se acerquen a una oficina de voluntariado «que enseguida les darán labor». Ésta será mejor «que estar sentados viendo a Belén Esteban en la televisión» que, por cierto, cree que «frivoliza y nos aleja de la realidad que se vive a nuestro alrededor, que no tiene nada de frívola y sí mucho de dramática».

Todo el trabajo para hacer los envíos solidarios lo hacen tres personas, él, 'la jefa', Eloína Linares, «verdadera alma de nuestra actividad, siempre en la sombra» y su esposo. Ellos cargan el material, lo empaquetan y buscan por todos los rincones el dinero que necesitan para enviar contenedores de ayuda solidaria, «el último, de 18.000 kilos, se mandó a Bolivia y nos costó 6.000 euros el envío».

«En esta época en la que la sociedad está en crisis, y vives la realidad de otras personas, te cuestionas si lo que vivimos no es más que una crisis de la abundancia», concluye.

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