Mucha gente pero no tantas compras. La décima edición de la Feria de la
Alubia de Casar de Periedo volvió a atraer un año más a miles de
personas. Eso sí, bajo el paraguas y con pocas ganas de sacar la
cartera. Al menos esa impresión tenían los comerciantes de los 185
puestos que ocuparon la feria, que aguantaron toda la jornada con los
“pies helados” y sus productos presumidos a la vista de la gente.
“Prueban más de lo que compran”, decía Elvira Monreal, en el puesto de
los únicos quesos “con certificado de calidad en Cantabria”. Quesos que
olían a manjares de los dioses y sabían mejor. Los visitantes se
pasearon despacio por la feria, pero no compraron tanto. Elvira es de
Valderredible y ha visto crecer la feria, porque lleva viniendo ocho
años, “o diez, ya no sé”. Solo que últimamente siempre llueve el día de
la alubia. Decía Elvira que, a pesar de todo, “este año hemos
experimentado una ligera mejora”. Pone su nombre en la etiqueta de los
quesos que vende: “claro, las mujeres al poder”, espetaba graciosa.
Por primera vez venía Álvaro Marcos a la feria de Casar. Se trajo sus
mermeladas, sus conservas vegetales, dulces horneados, a su mujer y a
dos de sus siete hijos. “Está muy bien organizado y hay muchísima
gente”. Se levantaron a las cinco de la mañana y a las dos de la tarde
seguían con ganas de hablar y vender. Aunque para ventas las de Vanesa
González y las hermanas Nieves y Ceferina Ceballos. Decían que siempre,
siempre venden todas las alubias de Casar de Periedo. ¿Qué tienen estas
que no tengan las demás? Y enumeraban: “que ponemos mucho cariño para
cultivarlas, trabajarlas a mano, su textura y la tierra…”. Vendían
alubias rojas, de la Virgen, la plancheta y la del cocido. Llegó un
matrimonio y compró la del cocido. Son de Udías. “Esta semana comemos
cocido”, decía Antonio Cadavieco, el marido. Comentaban las de la alubia
que “se venden baratas si tenemos en cuenta las horas que nos llevan
desde que se siembran hasta que llegan a este puesto”. Las alubias
rojas, doce euros el kilo.
Y entre puesto y puesto entrabas en la feria y te sumergías en el
ambiente popular de los años cuarenta y cincuenta. Tres hombres tocaban
el rabel y cantaban “mi novia tiene un abrigo para el frío, pero nunca
se lo pone porque siempre está caliente”. Seguías caminando y tres
burros llamaban la atención de los pequeños, mucha gente que se agolpaba
a la entrada de la recreación de una escuela de aquellos años. La
representación de un alcoba, con el vaso de agua y la dentadura sobre la
mesita y el crucifijo, una barra donde repartían tortos y boronos con
la cerveza. Y así todo.
También era la primera vez de Eva Gutiérrez y Óscar Fernández. Sobaos
y quesadas. “De momento estamos un poco mojados y con frío y más se
come y se mira que se vende”. Decían que para estar lloviendo “hay mucha
gente”. En otro puesto, marcapáginas a tres euros con mensajes como “la
medida del amor es amar sin medida”. Y Beatriz, la dueña del puesto,
explicaba que venía porque “me gusta la feria y el ambiente y porque
vengo a comprar, aunque no sé si sacaré para la gasolina”.
Otros sacaron algo más. Como la del puesto de los dulces, Águeda
Fernández. “No nos podemos quejar”, señalaba. Decía que la feria había
cogido mucho auge. Entonces llegaron las dos y media y los cuencos de
cocido empezaron a pulular por las calles. Se repartieron, como siempre,
las 1.800 raciones de este brebaje popular. Luego hubo actuaciones y
siguió lloviendo, pero nadie abandonó su puesto. La feria de la alubia
es, a pesar de los enfados de Cronos, cada año más popular.
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