Si España –y Cantabria en particular–
no ha destacado precisamente por cumplir la normativa comunitaria de
carácter ambiental –y ahí está su record de infracciones en las últimas
décadas respecto a una U.E. que no es, desde luego, tampoco demasiado
exigente en el tema–, lo que viene ocurriendo desde la crisis de 2008
lleva camino de confirmar a las políticas ambientales como unos floreros
o decorados ecológicos –veánse si no los contenidos de los programas
electorales o, todavía más triste, la falta de preocupación real en los
llamados partidos emergentes– con escenografías verdes o comedias de
voluntariado ambiental y actividades de terapia ocupacional –sin
preguntarse por las causas y responsables de problemas ambientales como
la degradación de los hábitats, la falta de empleo verde, las grandes
limitaciones de plantillas e inversiones en espacios protegidos o
proyectos de restauración, la reconversión ecológica de los procesos
productivos y la construcción de infraestructuras...– sobre la
introducción de plantas exóticas, la colocación de cajas-nido, las
trampas para sedimentos, el arreglo de abrevaderos, las talas y
"aclarados" en los bosques autóctonos o la gestión fantasma de los
Parques Naturales..
Peor todavía: la crisis –que, no lo olvidemos, forma parte de una
crisis ecológica planetaria provocada por el capitalismo más depredador y
un aprovechamiento intensivo de recursos que no tiene en cuenta los
límites físicos de la producción y el consumo en su afán por obtener el
máximo beneficio en el menor tiempo posible aún a costa de alterar los
equlibrios ecológicos básicos– viene, también, utilizándose como
pretexto para hacer cada vez más incompatible el desarrollo económico
–que se antepone como prioritario sin preguntarse tampoco sobre la
distribución de sus riquezas o la satisfacción de necesidades
elementales– con el respeto y la conservación del medio ambiente, que
debe sacrificarse en el altar de estos filántropos del crecimiento
ilimitado y la explotación indiscriminada de recursos y personas –aunque
lo sea, sobre todo, en beneficio de élites y patrimonios particulares– y
la ciega confianza en que la ciencia y la técnica –cuando no la
Providencia divina– acabará resolviendo los conflictos y desequilibrios
que esta filosofía pueda provocar en la Tierra y las especies que lo
habitan, mientras la propaganda –y
ya no la de instituciones o partidos más o menos mayoritarios sino la de
aquellos, sospechosamente apolíticos, cada vez más complacientes con
los poderes establecidos– sigue ignorando la interacción entre las
respuestas locales y globales o sustituyendo la visión integral y
efectiva de la “protección del espacio” por el marketing de los
“espacios protegidos”, cada vez más degradados, compartimentados y
aislados o pésimamente gestionados, que no hacen más que distraer y
despilfarrar dineros para mayor gloria de las autoridades incompetentes.
De ahí la necesidad urgente de 4 ejes de actuación: El primero, la economía y la filosofía verdes o ecológicas
–dos disciplinas de dialécticas imprescindibles para contrarrestar la
especulación, el despilfarro, las burbujas, la ingeniería financiera y
el desprecio a las externalidades– en las políticas de desarrollo
sostenible con el decrecimiento en aquellos ámbitos o sectores más
amenazados por el deterioro o la incertidumbre ambiental, exenciones
tributarias para conductas o procesos respetuosos con el medio ambiente,
la cuantificación de la huella y la deuda ecológicas, y la supresión
del dumping sociolaboral y ambiental; con la calidad de vida–o a la
búsqueda de la felicidad si se quiere– sobre la cantidad de bienes o
ingresos y rentas disponibles; con empleo estable y lucha contra el
intercambio desigual –sobre todo el que provoca la degradación
ambiental a escala universal–; con visiones a largo plazo en
las relaciones causa-efecto del hombre con el medio; con la resiliencia
o capacidad de amortiguar los impactos y recuperar los equilibrios
ecológicos en todos los sectores productivos con especial atención al
cambio climático y por la descarbonización, la desnuclearización y el
desarme; y con la aplicación de las 5 Erres en el aprovechamiento de los
recursos reemplazando las sustancias no biodegradables o imposibles de reintroducir en los ciclos naturales, reduciendo subproductos, envases, rechazos o residuos, reutilizando los bienes existentes frente a la obsolescencia programada, reciclando para los mismos fines las recogidas selectivas, y recuperando para otros usos o procesos el resto de los residuos.
En segundo lugar, las políticas institucionales de ordenación territorial y planificación urbana
– por ejemplo, los PROT y los PORN en Cantabria–, donde se garantice
la localización respetuosa de usos y actividades, el soleamiento, el
transporte público y la reducción de la movilidad obligada con el freno
al crecimiento urbano en mancha de aceite y a asentamientos de nueva
planta en vez de fortalecer los núcleos compactos y evitar la dispersión
y encarecimiento de infraestructuras, equipamientos, servicios y
desplazamientos con el consumo incesante de suelos, paisajes, energía y
recursos; donde se protejan, de forma estricta vegas, mieses, tierras
agrícolas. la soberanía alimentaria y el desarrollo endógeno con
prácticas ecológicas, tecnologías blandas, respeto a la biodiversidad,
reforestaciones autóctonas, naturalización de ecosistemas fluviales,
bordes litorales y océanos, servidumbres en pasillos y corredores
ecológicos...; donde el ahorro y la eficiencia energética, las energías
renovables, y la I+D+i se apliquen a la industria, otorguen
preferencia al ferrocarril –que no al AVE–, los carriles-bici y los
itinerarios peatonales e impulsen la la rehabilitación, la
impermeabilización y la arquitectura bioclimática; donde se establezca
la prevención de impactos y mapas de riesgos frente a catástrofes o
accidentes; y donde las Leyes Generales de Medio Ambiente condicionen
las sectoriales o impregnen las normas sobre Suelo, Carreteras, Energía,
Montes, Aguas, Costas, Minas, Paisaje, Residuos..., con la unificación,
clarificación o coordinación de competencias ambientales para hacer más
eficaces las inversiones públicas y privadas.
En tercer lugar, la legislación y la justicia ecológica deben
facilitar las acusaciones populares y generalizar las actuaciones de
oficio de los fiscales especializados en medio ambiente, una mejor y más
amplia tipificación de los delitos ecológicos, la obligatoriedad de
normativa sobre trazabilidad, composición y efectos secundarios de
alimentos y bienes de consumo, la supresión de la figura del “delito sin
delincuente” que hace responsables a las instituciones –el vergonzoso
caso, por ejemplo, de las sentencias de derribo en Cantabria– sin que se
condene o impongan indemnizaciones económicas a los políticos o
técnicos que las gestionan, y el aumento de penas y sanciones por
contaminación transfronteriza o por los incumplimientos de los convenios
internacionales sobre protección del medio ambiente
Y el cuarto eje es el de la educación ambiental y
la impregnación transversal del curriculum con el concepto de
sostenibilidad en todos los niveles de enseñanza y asignaturas
específicas en los estudios de humanidades o sociales,
técnico-científicos, ingenieriles o de ciencia básica; con la crítica a
las implicaciones ecológicas del consumismo y la confusión entre el ser y
el tener, la calidad y la cantidad, o la felicidad y el consumismo; con
la adquisición de una conciencia planetaria y solidaria en la lucha
contra la pobreza y la deuda externa; y con la relación entre las
conductas cotidianas o el diseño mismo de los edificios y la
organización y el funcionamento de las instalaciones escolares o
académicas a la hora de lograr la mayor ejemplaridad en la propia
educación ambiental.
Emilio Carrera. Miembro de Ecologistas en Acción.
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