A las dos del mediodía ya se habían vendido los tickets de las ocho mil raciones de cocido montañés que se cocina en una olla gigante en medio de la plaza. Sin poder transitar con fluidez entre largas colas de visitantes y el sol pegándote en la nuca, se atravesaban las calles de este pueblo, que hace unos años creó este evento, convertido ya en multitudinario.
Con olor a borono frito y a queso del bueno, con el tambor y la gaita de Los Peralos de fondo, contestaba ayer a gritos detrás de su puesto María Aurora, de la Confitería Las Quintas, de Santillana del Mar. «Desde el primer año estamos aquí hija». Nunca pensó que pudiera haber tanta gente. «Haciendo malo ya suele venir mucha gente, con que hoy…». Eso sí, a pesar de todo, vender, no se vende tanto. «Iremos viendo cómo transcurre la cosa, pero sobre todo pasan y pasan». Llega un paisano y pregunta por merengues. «Sí, mire aquí tengo dos cajas. A dos euros la unidad». El hombre se lleva media docena.
El tema de conversación entre los visitantes era la gente. «Chicas, no os perdáis», le dice una madre a sus hijas. De repente, en el brazo de una calle, un ‘trenecito’ con castañas. En frente, los de los quesos de Peña Sagra. Encarna Sola corta el género y se lo da a probar a la gente. «Estoy alucinada de toda la gente que hay, sinceramente», dice, y luego saca pecho, porque no solo vende, también compra. «He ido a comprar un borono que te mueres de rico y una sopa de ajo espectacular». Un hombre se aprovisiona con un queso de cabra. Explica que el precio «es fijo siempre y vendemos solo en ferias» y va en función del peso.
También hay artesanía, telas, frutos secos de todo tipo, panes, dulces, embutidos, licores, mermeladas caseras, hortalizas, mieles… Montañas de quesos diferentes y una gran cola para comprar en los puestos. Plamen Demirev viene de Maliaño y trae sus copias de pintura rupestre. «Se trata sobre todo de enseñar lo que hacemos», porque vender no se vende tanto de estas cosas. En una mesa pequeña, en medio de todo el jolgorio, están Chefi, Chiqui, Kety, Sari y Sara. Todas ellas mayores, que confeccionan felpudos y alfombras con la hoja de las panojas. Una corta, la otra trenza y el resto lo van cosiendo. «Nosotras lo vimos hacer en Serdio», de donde vienen. «Lleva mucho trabajo nena, pero somos el alma de la feria». A su alrededor se agolpa el público. ¿A comer cocido? «Espero que sí, que nos dejen un poco, porque está riquísimo».En la barra, vecinos y visitantes beben cerveza para combatir el calor. Regalan boronos y tortos recién fritos en platos de plástico. En otro puesto se ve cómo se prepara la morcilla. Las alubias, muchas, son de Casar de Periedo, «famosas por la textura y porque cuecen muy bien», explican Vanesa González y Juliana Ruesga, vecinas del pueblo. A la una del mediodía casi no les quedaban alubias que vender. «Tengo clientes fijos de un año a otro», dicen. Llevan la ropa de los años veinte. «Alubias hay: la roja, verdinas, de la Virgen, lanchera y de cocido y cada una tiene un sabor diferente». Aseguran que la gente se queja por el precio, «pero es que no está pagado». «Se creen que las alubias van de la tierra directas al puesto y no es así, lleva mucho trabajo». Es una forma «de enseñarle a las nuevas generaciones con qué y cómo se trabajaba antes, que no lo conocen».
En otro puesto, se dan a probar cucharaditas de mermelada casera, también frutos secos, olivas, café de puchero, pimentón de La Ristra... Oleadas y oleadas de gente. «Hay demasiada gente y hace demasiado calor», se escuchaba, pero los de los puestos encantados. La Feria de la Alubia sigue creciendo.
Con olor a borono frito y a queso del bueno, con el tambor y la gaita de Los Peralos de fondo, contestaba ayer a gritos detrás de su puesto María Aurora, de la Confitería Las Quintas, de Santillana del Mar. «Desde el primer año estamos aquí hija». Nunca pensó que pudiera haber tanta gente. «Haciendo malo ya suele venir mucha gente, con que hoy…». Eso sí, a pesar de todo, vender, no se vende tanto. «Iremos viendo cómo transcurre la cosa, pero sobre todo pasan y pasan». Llega un paisano y pregunta por merengues. «Sí, mire aquí tengo dos cajas. A dos euros la unidad». El hombre se lleva media docena.
El tema de conversación entre los visitantes era la gente. «Chicas, no os perdáis», le dice una madre a sus hijas. De repente, en el brazo de una calle, un ‘trenecito’ con castañas. En frente, los de los quesos de Peña Sagra. Encarna Sola corta el género y se lo da a probar a la gente. «Estoy alucinada de toda la gente que hay, sinceramente», dice, y luego saca pecho, porque no solo vende, también compra. «He ido a comprar un borono que te mueres de rico y una sopa de ajo espectacular». Un hombre se aprovisiona con un queso de cabra. Explica que el precio «es fijo siempre y vendemos solo en ferias» y va en función del peso.
También hay artesanía, telas, frutos secos de todo tipo, panes, dulces, embutidos, licores, mermeladas caseras, hortalizas, mieles… Montañas de quesos diferentes y una gran cola para comprar en los puestos. Plamen Demirev viene de Maliaño y trae sus copias de pintura rupestre. «Se trata sobre todo de enseñar lo que hacemos», porque vender no se vende tanto de estas cosas. En una mesa pequeña, en medio de todo el jolgorio, están Chefi, Chiqui, Kety, Sari y Sara. Todas ellas mayores, que confeccionan felpudos y alfombras con la hoja de las panojas. Una corta, la otra trenza y el resto lo van cosiendo. «Nosotras lo vimos hacer en Serdio», de donde vienen. «Lleva mucho trabajo nena, pero somos el alma de la feria». A su alrededor se agolpa el público. ¿A comer cocido? «Espero que sí, que nos dejen un poco, porque está riquísimo».En la barra, vecinos y visitantes beben cerveza para combatir el calor. Regalan boronos y tortos recién fritos en platos de plástico. En otro puesto se ve cómo se prepara la morcilla. Las alubias, muchas, son de Casar de Periedo, «famosas por la textura y porque cuecen muy bien», explican Vanesa González y Juliana Ruesga, vecinas del pueblo. A la una del mediodía casi no les quedaban alubias que vender. «Tengo clientes fijos de un año a otro», dicen. Llevan la ropa de los años veinte. «Alubias hay: la roja, verdinas, de la Virgen, lanchera y de cocido y cada una tiene un sabor diferente». Aseguran que la gente se queja por el precio, «pero es que no está pagado». «Se creen que las alubias van de la tierra directas al puesto y no es así, lleva mucho trabajo». Es una forma «de enseñarle a las nuevas generaciones con qué y cómo se trabajaba antes, que no lo conocen».
En otro puesto, se dan a probar cucharaditas de mermelada casera, también frutos secos, olivas, café de puchero, pimentón de La Ristra... Oleadas y oleadas de gente. «Hay demasiada gente y hace demasiado calor», se escuchaba, pero los de los puestos encantados. La Feria de la Alubia sigue creciendo.
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