Trabajar con las manos, sentir el tacto de los
materiales, entenderlos y que te entiendan. Es el mensaje que enviaba
la Feria de Artesanía, instalada en el Poblado Cántabro de Cabezón de la
Sal. Allí, el domingo se mostraron y se pusieron a la venta varios
trabajos realizados manualmente. Algunos tallados, otros pintados,
cosidos, medidos... Desde escudos de madera del Real Madrid, hasta una
réplica en miniatura del Capricho de Gaudí.
Más que comprar, en la Feria hubo mucho que ver. Por lo
menos, eso explica Juan Quintana, siempre protagonista en estas
muestras. Ha construido la miniatura del Capricho y el Monumento del
Indiano, en Peña Cabarga, incluso el Faro de Cabo Mayor. En sus
reproducciones está presente cada detalle de cada ventana, cada flor de
Gaudí, las esquinas de los balcones. El precio del Capricho en miniatura
es de 6.800 euros. No es mucho, teniendo en cuenta las 1.134 horas que
tardó en hacerlo. «Las tengo apuntadas en un papel», explica Juan, y
dice que sus manos no son mágicas, son «sólo un poco más hábiles que las
del resto». Para confeccionar estas reproducciones, coge una fotografía
y la saca a escala. «El precio es acorde al trabajo que lleva», añade.
Su puesto es el primero en la Feria, para empezar con buen pie e
impresiones fuertes. Después, hay escudos tallados, bastones, mitología
cántabra... Juan José está tallando en madera 'El último pintor de
Altamira', de Gustavo Gotera, y tiene escudos valorados en 3.000 euros,
que tarda dos años en elaborar. Como Titi, hombre que trabaja una señora
de 1906 en el Festival de Puentenansa. «170 euros y 60 horas», explica.
Pocas ventas
«¿Se venden estas cosas?». La respuesta es 'no'.
«Comprendemos que es caro y la gente no se gasta el dinero en esto». Por
eso, suelen hacerlos por encargo, «dependiendo del dinero que alguien
quiera invertir», explica Juan José. Aparte de escudos, hay pulseras,
coleteros, mantones de Manila, dedales a seis euros y hasta zapatillas
de casa, todo fabricado con las manos. Aurelio García confecciona, con
corchos, el hórreo cántabro en miniatura. «Tardo 80 horas y los vendo a
80 euros», dice, y se queja porque «la gente no valora lo que cuesta
hacerlo». Los artesanos recorren la provincia para que la gente se
embriague de su trabajo. Está claro que eso, al menos, lo consiguen.
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