La sutil aventura de pintar

28 octubre 2011

Regresa intacto. Con la luz matizada, los planos depurados y el territorio sin límites de la creación. Es un pintor exento de etiquetas, cargado de diálogos permanentes entre lo que se muestra y lo que se oculta, delicado, como un comulgante del misticismo de la pintura. Pintor de un cuidado formal exquisito, ajeno a vaivenes del mercado y exigencias fugaces de modas comerciales, desde hace quince años traza cada día una percepción del mundo en su estudio de Cabezón de la Sal. Un espacio céntrico, funcional, que regula su vínculo con el hecho creativo: la inevitable obsesión con el cuadro imposible, el lienzo truncado que se resiste al trazo definitivo o el sacrificio de la obra seriada que requiere de una mirada múltiple y complementaria. 
 
Es metódico y concienzudo, disciplinado pero flexible, y mantiene un duelo constante con los ritmos que impone cada tránsito hacia eso que llamamos estilo. Veintidós obras, tras más de seis meses de trabajo, constituyen las 'Disecciones' recientes del artista compartidas ahora con el espectador a través de la galería santanderina Estela Docal que acoge su pintura tres años después de su última comparecencia expositiva. A menudo, Tino Cuevas abre las puertas de su estudio a las visitas para aliviar el encierro y procurar una mirada de aire fresco sobre cada obra en proceso. Las huellas del artista cántabro certifican la coherencia de una trayectoria intensa plasmada en cuatro etapas desde los 80. De su fidelidad a unos cánones estéticos propios, Faustino Cuevas deja que a su espacio más íntimo lleguen sucesivas y superpuestas capas de collage, de los claroscuros y su devoción a la literatura fantástica de Lovecraft a la incorporación del papel en sus composiciones, pasando por su serie basada en el Rembrandt del 'El Descendimiento de la Cruz', o su homenaje a Chantal Sébire, la profesora francesa que se suicidó al negarle la justicia el derecho a la eutanasia. En su estudio, envuelto en lo esencial, materia y carne, técnica y estética -como en la visceralidad de sus nuevas obras- conviven y crecen mientras responde sólo a su necesidad de pintar. En apariencia, Tino Cuevas se mueve en el hábitat que marca la propia costumbre del oficio. Detrás reside la magia, el misterio de la pintura que siempre reclama el artista de Cabezón, la ensoñación y el ensimismamiento. Mientras domestica las texturas, los papeles y la tersa pintura, se sitúa en esa línea de flotación vaporosa que busca desvelarse entre las formas

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