Las fuertes rachas de viento no consiguieron llevarse por
delante la VII Edición de la Feria de la Alubia de Casar de Periedo, en
Cabezón de la Sal. Y es que esta tradición pesa mucho. Que se lo digan a
los vecinos que llevan días preparándolo, que el sábado noche no
durmieron de inquietud y que el domingo madrugaron, se plantaron el
traje de los años cuarenta y se fueron a vender alubias en la plaza de
su pueblo. Este año hubo más de 85 puestos: patatas, alubias, nueces,
calabazas, quesos, sidra, boronos. Una lista interminable de productos
ocupaban las hileras de puestos que se asentaron este domingo en Casar,
donde se concentró un buen número de visitantes durante todo el día -se
congregaron en torno a 6.000 personas-, llegando a servirse 1.500
raciones de alubias.
Pasear entre los puestos no era tarea fácil en el medio
día de ayer. Tapones de gente ocupaban las estrechas calles de Casar de
Periedo, disfrazadas de los años 40. Las mujeres se pusieron el pañuelo
negro de mujer rural en la cabeza orgullosas de recrear la esencia de
sus antepasados. Como Carmen Vallines, que tiene el mejor puesto, el que
está en el centro de la plaza. Todo el que pasa pregunta. Y Carmen
responde al lado de un cerdo muerto y destripado. «Primero cogemos la
sangre y la tripa para hacer la morcilla y el borono y luego se coge la
carne, se pica y se hace el chorizo». Alrededor de su puesto huele que
alimenta, los paseantes se acercan. «Cada año hay más gente», asegura
satisfecha. Y es verdad.
A pocos metros se prepara el cocido en una olla gigante y
las colas comienzan a formarse. Este año dan la vuelta dos veces a la
manzana y sólo se han puesto a la fila los primeros. «Las de Casar son
alubias especiales», dice la gente. Tienen que serlo. Al final la cola
avanza y todo el mundo come cocido y postre por dos euros. Calle arriba
los puestos se suceden. En una esquina se toma algo: boronos y tortos a
tres euros. Una señora vestida de negro amasa 'el tinglado' de los
tortos. Vuelve a oler bien y la gente se amontona alrededor.
«Todos comen»
Hay de todo y todos comen. Lo dice Elvira Monreal, que
elabora quesos y los da a probar. «Hoy he cortado mucho queso, pasa
gente con gran comer», asegura. Se está dando bien porque hay más de mil
personas interesadas en probar y en comprar lo que les guste. Pero la
historia no fue sólo beber y comer. También hubo una exposición de
aperos de labranza que ocupó los jardines de la Casa Museo Jesús de
Monasterio, otra de Seat 600. Y, como siempre, una recreación de la
escuela de los años cuarenta.
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