Ha transcurrido ya un año desde que el actual gobierno de Cantabria
tomase posesión de sus funciones. Y siendo comprensivos con los
difíciles tiempos que atravesamos dejamos pasar los 100 días de cortesía
a la espera de algún destello, siquiera fugaz, sobre la naturaleza de
las políticas ambientales y, en concreto, sobre el futuro de los
espacios protegidos. Pero han transcurrido ya casi un año y nada sabemos
de iniciativas y planteamientos destinados a corregir las profundas
lagunas de gestión, neutralizar los numerosos impactos sobre el paisaje y
los valores ambientales o dinamizar, de forma sostenible, sus áreas de
influencia socioeconómica o los sectores productivos locales. Y en este
aspecto, lo que ocurre en Oyambre es paradigmático del desinterés del
Gobierno de Cantabria sobre uno de los tramos más singulares de la costa
cantábrica –dentro del espejismo o realidad virtual en que se han
convertido los espacios protegidos en Cantabria– aunque aún estemos a
tiempo de lograr el equilibrio entre las rentabilidades económicas,
sociales y ambientales en el mantenimiento y el aprovechamiento de sus
recursos.
Pero lamentablemente, en la forma y el contenido, la gestión de
Oyambre sigue batiendo los récords del despropósito, camino de superar
la nefasta trayectoria de los gobiernos anteriores desde que en 1988 se
declarase Parque Natural: Primero, porque en una inconcebible falta de
educación –ya no política sino simplemente cívica y olvidándonos de eso
que llaman participación ciudadana o Consejos sectoriales borrados del
mapa por este gobierno de autosuficientes–y de respeto a sus
integrantes, la Consejería de Ganadería (y lo que pueda quedar de la
Dirección General de Biodiversidad o de la llamada de Conservación de
la Naturaleza) ha ignorado absolutamente al Patronato al que no ha
convocado tal como exige la Ley para, al menos, presentarle a los nuevos
órganos rectores, incluyendo al propio director-conservador del que
desconocemos su perfil, sus méritos o sus proyectos a estas alturas; o
para siquiera hacer el enunciado básico de las iniciativas o criterios
de gestión que podrían presidir esta nueva etapa suscribiendo, de manera
efectiva, la Carta de Aalborg, la Agenda 21, la Red Natura 2000 o el
Convenio Europeo sobre el Paisaje, como declaración de intenciones o
incorporando las Tina Menor y Mayor al Parque, declarando alguna Reserva
marina o Monumento Natural...
En segundo lugar, porque, como consecuencia de este paradero
desconocido en que se encuentran los órganos de participación y gestión
del Parque, no es extraño que los numerosos litigios – golf y dunas de
Oyambre, variantes de Los Llaos y Merón, viviendas de La Argolla,
Monumento, escollera y chalets del Pájaro Amarillo, ocupaciones
privadas, rellenos y vertidos en torno a los aparcamientos de Oyambre y
Merón, ejecución de sentencias sobre el desmantelamiento del camping El
Rosal, Sta Marina y el Polideportivo...– carezcan de pronunciamiento
oficial alguno como si, de esta forma, los problemas que están
originando se resolvieran por sí solos.
En tercer lugar, porque el Patrimonio Natural y Cultural sigue
deteriorándose ante la indiferencia del Gobierno, las Consejerías
competentes –Ganadería y Medio Ambiente–, la dirección del Parque y los
Ayuntamientos. El relato es interminable: la degradación del Monte
Corona –donde la Casa del Guarda sigue infrautilizada y la Casa de los
Ingenieros en obras con un coste escandaloso para frenar un
deslizamiento de ladera derivado de talas a matarrasa, deforestación y
pistas de explotación forestal– con la invasión masiva de pinos y
eucaliptos; la práctica ruina del Lazareto de Abaño –donde aún resisten
milagrosamente unas excepcionales pinturas al fresco sobre temas
marineros–; las Colonias de la Institución Libre de Enseñanza –con ese
Centro Europeo de Biología Marina en “la colina de los chopos”– de las
que sigue sin saberse nada a pesar de las repetidas promesas en
recuperarlas–; el timo de la Casa del Pozo como Centro de Interpretación
–y el de las sedes complementarias en Trasvía, Monte Corona, antiguo
club del campo de golf sobre la Torre de Ballenas, en Val de San
Vicente...– después de haber asistido impasibles al destrozo de las
hileras arboladas centenarias de la carretera a La Acebosa y sin
respetar las colas de marisma y la conexión con la Autovía; el olvido
de la batería de Ubiembre como mirador panorámico; la falta de
sensibilidad en luces y tratamiento de los valiosos paisajes y
micropaisajes con los pésimos diseños de los puentes sobre La Rabia y
Zapedo, con las inundaciones del puente republicano de Ríoturbio, con
las plantaciones de eucaliptos y los diques en las rías de Pombo y Rubín
o el contacto de sus marismas con los ríos Escudo y Gandarillas...–;
las carencias en la protección específica de las cuencas visuales más
importantes por su profundidad y perspectivas en costa, playas, marismas
y acantilados o sobre los ejes fluviales de ríos y arroyos, rotos sus
horizontes por los efectos pantalla de plantaciones de crecimiento
rápido o con diseños de infraestructuras inadecuados....
En cuarto lugar, porque los presupuestos, inversiones y programas
para la creación de empleo –con sus correspondientes concursos abiertos
basados en el mérito, la capacidad y la publicidad– han brillado,
también, por su ausencia al carecer de compromisos y consignaciones
presupuestarias, líneas de subvenciones garantizadas a los Ayuntamientos
y particulares, creación de Marcas o denominaciones de origen y calidad
agroecológicas, pesqueras y turísticas asociadas a Oyambre....
Y en quinto lugar, porque nada se ha informado –ni al Patronato ni
al público en general– sobre la posición de la dirección del Parque
sobre el PGOU de San Vicente de la Barquera y el impacto y el
despilfarro del macroparcamiento de La Barquera –sin la elaboración
previa de un Plan de Movilidad concreto– o el que pretende rematarse con
el puerto deportivo en el interior de la ría, sobre los agresivos
proyectos en Boria-Santillán o el hacinamiento de Las Calzadas, y sobre
el casco viejo y sus entornos inmediatos, necesitados de mejora de una
escena urbana muy deteriorada en las últimas décadas, para convertir a
San Vicente en un modelo de urbanismo sostenible, de conservación de los
valores ambientales, y de una más respetuosa relación con el
excepcional paisaje en que se inserta.
Emilio Carrera. Representante de los grupos ecologistas y
conservacionistas de Cantabria en el Patronato del Parque Natural de
Oyambre.
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