La aprobación inicial del proyecto de Ley del Paisaje de Cantabria
vuelve a plantearnos, tanto por los antecedentes de quienes la impulsan
–e incluso por quienes ahora muestran su preocupación en sede
parlamentaria con enmiendas de uno u otro signo que deberían habérselas
presentado a sí mismos cuando tuvieron responsabilidades de gobierno y
no hicieron nada al respecto– como por el procedimiento y los contenidos
concretos, grandísimas dudas sobre la traducción pormenorizada de su
espesa burocracia y su cargada retórica, así como de la aplicación y
eficacia futura de reglamentos, planes y figuras supuestamente
proteccionistas.
Porque ¿acaso no recuerdan su complicidad en la degradación progresiva de la
originalidad, diversidad, naturalidad, continuidad y calidad de los
paisajes en Cantabria? ¿Y su olvido sistemático de las oportunidades
perdidas durante las tres últimas décadas de
un tratamiento transversal e integral del paisaje con las Leyes
estatales y autonómicas de Patrimonio Histórico en 1985, de Conservación
de la Naturaleza,
Flora y Fauna Silvestres de 1989, de Ordenación del Territorio de 1991,
de Carreteras de 1996, de Patrimonio Cultural de 1998, de Conservación
de la Naturaleza de
2006, de Control Ambiental Integrado de 2006, y de Patrimonio Natural y
Biodiversidad de 2007, de las leyes del Suelo y sus sucesivas reformas,
y de toda la cohorte de decretos y órdenes de acompañamiento sobre
evaluaciones de impacto ambiental y desarrollos reglamentarios y
normativos que establecían –y establecen, pues siguen vigentes en muchos
casos– figuras específicas e instrumentos de gestión y financiación
suficientes para garantizar un futuro sostenible para el paisaje de esta
región?
Puras declaraciones de intenciones y simulacros de actuación que han culminado, ya en esta segunda década del siglo XXI, en la adhesión a la Carta de
Aalborg y el Convenio del Paisaje de Florencia con la intención
manifiesta de tener un nuevo marco –y éste, además, europeo– para volver
a transgredirlo repetidamente, y en un Plan de Ordenación del Litoral o
de Construcción en Suelo Rústico que no ha sabido otorgar el
tratamiento preciso a núcleos de población, periferias urbanas y áreas
rurales; no extrajo de la anterior Ley de
Costas mayores ambiciones proteccionistas –al contrario, se ha atrevido
a llamar a esta nueva agresión a los valores ambientales y el paisaje,
"Ley de Protección y Uso Sostenible del Litoral"–; y sigue sin aplicar
programas ambiciosos de restauración paisajística –en vez de
artificiosas estandarizaciones de espacios singulares–, incluyendo
demoliciones de urbanizaciones e instalaciones ilegales, depuración de
responsabilidades económicas y penales, y sanciones ejemplarizantes.
Los resultados están a la vista: Ni un solo Paisaje Protegido tal como contemplan las leyes pasadas y vigentes, ni un solo Monumento Natural, ni una sola
Area Marina Protegida, ni declaración de Paisajes y Rutas Culturales,
Lugares Naturales o carreteras de especial protección ecológica y
paisajística de las Leyes de Patrimonio Cultural y de Carreteras, ni
rigurosas exigencias de perímetros o zonas periféricas de protección en
los Bienes de Interés Cultural, al patrimonio etnográfico o a los
paisajes de cercas y estructuras de mosaico en las áreas rurales,
arrasadas y desarboladas por concentraciones parcelarias, urbanizaciones
o polígonos dispersos o caóticos, y plantaciones de especies
alóctonas... Por no hablar del reiterado aplazamiento del Plan de
Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) o del Plan Regional de
Ordenación del Territorio (PROT) que, en términos de jerarquía
normativa, deberían anticiparse a la propia y específica Ley del
Paisaje, evitando muchas de las agresiones que se han venido produciendo
e introducido garantias y seguridad jurídica en multitud de iniciativas
públicas y privadas a través de una rigurosa localización de usos y
actividades, de la integración del paisaje en la ordenación territorial y
el planeamiento urbanístico –otro capítulo específico, éste, que se ha
traducido en la pérdida de calidad de los paisajes urbanos, fruto de la
especulación del suelo, el hacinamiento residencial, la pésima
articulación de sus tramas internas o del centro con las periferias
segregadas, la inflación de mobiliarios urbanos, señalizaciones y
chirimbolos, la consolidación de “espaldas invisibles” o "no lugares"
en corredores de acceso, poligonos industriales, riberas de ríos,
bordes costeros…–, de la confección de catálogos y tipologías obligadas,
de la dotación presupuestaria para su gestión y protección, de la
presencia de valores y sensibilidad paisajística en curriculums
escolares y campañas para su defensa y promoción… Aspectos
y criterios que se encuentran desaparecidos o completamente difuminados
en esta Ley que ahora se pretende tramitar vaciada de contenido y
despojada de los fundamentos técnicos y jurídicos, de los soportes
económicos, y de los objetivos fundamentales para no perder el tiempo en
la maraña, los fuegos de artificio y las cortinas de humo que la
decoran.
No es de extrañar, entonces, que el proyecto carezca de una memoria
elemental, siquiera con un mínimo análisis autocrítico o diagnóstico
concreto, sobre los procesos y la situación en que se encuentra el
paisaje en Cantabria; que no establezca plazos sobre la redacción o
ejecución de los programas que contiene; que no garantice un Fondo
específico de Protección y Restauración Paisajística con un 1% Cultural
que lo nutra; que ignore una articulación, vinculación y compromisos más
precisos con, por ejemplo, la Ley de Montes y los Planes Forestales
para restringir las repoblaciones masivas e indiscriminadas de pinos y
eucaliptos que están arruinando los paisajes de Cantabria con sus
insumergibles efectos-pantalla, con el carácter compacto y uniforme de
sus formaciones, con la disminución de la biodiversidad y la variedad de
las sucesiones estacionales respecto a las manchas, rodales o
vegetación autóctona, con las secuelas de incendios y fenómenos
erosivos, con la intensificación de las inundaciones por la pérdida de
la capacidad de esponjamiento del suelo y la intensificación de la
escorrentía –y su cortejo de daños ambientales y degradación de cuencas
visuales y micropaisajes–, su incompatibilidad con otros usos
recreativos, turísticos o ganaderos, la ruptura de la unidad y
profundidad de perspectivas y horizontes...; que no se mencione la
fragilidad de los ecosistemas fluviales, las zonas húmedas continentales
y costeras, las agresiones de los encauzamientos salvajes, los
macropuertos y aparcamientos, la artificialización de los sistemas
dunares, y la urgencia de ampliar los bosques de galería, regenerar
marismas y retranquear asentamientos y ocupaciones en los bordes
litorales de bahías, estuarios, playas y márgenes de los ríos; que sufra
una amnesia total respecto a la Red de Espacios Naturales Protegidos y
la nefasta gestión que están padeciendo en materia de paisaje entre
otros capítulos; que no incluya la elaboración de un catálogo de
Paisajes Degradados con las prioridades, urgencias y criterios para su
restauración o corrección de impactos; que deje de lado un Observatorio
del Paisaje y Cartas del Paisaje con las que realizar el control y
seguimiento de las actuaciones públicas y privadas, facilitar la
participación ciudadana, y concertar estrategias entre las
Administraciones y los agentes económicos y sociales para proteger,
gestionar y ordenar los valores del paisaje; que se abuse, en la
redacción del articulado del proyecto de ley, del verbo "podrán", en vez
de comprometerse con el de "deberán" a la hora de hacer efectivas las
actuaciones que se enuncian; que se ignore la necesidad de profundizar
en el significado y la trascendencia de una concepción más integral y
científica del paisaje con la introducción de los componentes sonoros,
tactiles, aromáticos, psicológicos, literarios..., donde se establezcan
aproximaciones más multidisciplinares, se trascienda la pura pasividad
de la contemplación estética –sin dejar, desde luego, de considerar, los
aspectos formales, la integración en el entorno y el particular cuidado
de diseños, volúmenes, alineaciones..., en las rupturas de pendiente y
las cimas, altitudes o perfiles más expuestos–, y se logre el mayor
equilibrio entre las dinámicas internas de los diferentes paisajes –con,
en su caso, el máximo respeto a sus procesos naturales– y las
intervenciones humanas, y se alcance la mayor armonía posible entre
Naturaleza y Cultura no sólo en los grandes escenarios urbanos, rurales o
más o menos naturalizados sino también en relación con el mal llamado
Patrimonio menor, las áreas periurbanas, las vías de comunicación y los
recintos fabriles...
Emilio Carrera, Miembro de Ecologistas en Acción-Cantabria.
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