José decía que quería suicidarse. Se sentó en el alféizar de la ventana de su piso de Cabezón de la Sal con una soga al cuello, un cuchillo en la mano y una botella de agua cerca, por si le entraba la sed. Decía que quería suicidarse por una deuda de un abogado, pero daba cortesmente los buenos días a los vecinos que pasaban por debajo de su ventana mientras al otro lado de la calle se agolpaban policías, guardias civiles, bomberos y psicólogos que intentaban hacerle entrar en razón. Lo consiguieron a las 18.30 de la tarde. José se había encaramado a la ventana a las 8.30 de la mañana.
Durante esas diez horas, José Gutiérrez, de 43 años, mantuvo en vilo a medio Cabezón de la Sal, que se pasó por el número 4 de la Avenida de Europa para asistir al desenlalce del suceso. A ratos, José exponía su reivindicación. Desde hace años, asegura, un abogado de Santander mantiene con él una deuda. De la otra ventana del piso colgaba una pancarta en la que lo exigía: «Devuélveme lo que me robaste». Su familia ayer, sin desmentirle por completo, aseguraba que, de existir, la deuda es tan vieja que ya no tiene casi sentido su reclamación. «Esto ha sucedido por la únión de un cúmulo de problemas personales», aseguraba a este periódico su hermano Israel.
El desenlace del caso vino propiciado por la intervención de un psicólogo que se encaramó a una escalera y habló durante casi media hora con José, que se negaba a abandonar la ventana. Tras esos minutos de diálogo, José entró en la habitación y poco después abandonó la casa camino de Valdecilla.
Los vecinos se habían acercado durante todo el día asombrados: «José dice que se va a tirar», comentaban entre ellos. Carolina Gómez, que vive en el primer piso de ese mismo portal, abrió la puerta a los bomberos para que estudiaran la distribución de la vivienda. «Le conozco de siempre -declaró a EL DIARIO- y creo que quiere llamar la atención, pero estoy preocupada por él porque nunca ha sido un vecino conflictivo».
José mantenía una actitud cambiante. Tan pronto amenazaba con tirarse como saludaba a algunos conocidos cuando pasaban por allí: «A mi madre le dio los buenos días», contó Carolina.
Los vecinos iban y venían, la espera se estaba haciendo pesada y José se ponía nervioso si veía gente alrededor. Los guardias civiles trataban de mantener alejados a los vecinos del lugar, pero la curiosidad podía más que el perímetro de seguridad. Desde la ventana, José contemplaba el despligue que se iba formando. A ratos se fumaba un cigarrillo, se ponía a hablar por teléfono y bebía agua.
A lo largo de la larga mañana, los bomberos hincharon una colchoneta bajo la ventana y prepararon la grúa, pero al poco tiempo tuvieron que deshincharla a petición de José. La situación se puso tensa cuando cogió dos cuchillos y amenazó con cortarse: «Se le notaba bastante nervioso», recuerdan los bomberos. Pasado el mediodía, todo continuaba igual, ya que la Guardia Civil no estaba dispuesta a actuar mientras los psicólogos no lo aconsejasen.
El mensaje que enviaba José, que vive solo en ese piso, no dejaba lugar a dudas: «Quiero que me devuelvan mi dinero» gritaba a los psicólogos que trataban de razonar con él. De vez en cuando, sacaba otra pancarta dirigida al abogado que decía: «te ha salido un grano en el culo».
José había preparado bien su espepcial demostración. Avisó a los que intentaron disudirle en un primer momento: la puerta de entrada a la habitación estaba bloqueada con un gran armario «y en cuanto note que alguien empuja la puerta me tiro». Media hora de charla con un psicólogo acabó convenciéndole diez horas después.
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