Rabeles de todos los tamaños junto a sobaos y quesadas,
anchoas para dar y tomar, queso con abalorios, barcos en miniatura...
Las calles de Cabezón se llenaron ayer con los puestos de la Feria de
Alimentación, que fue eso y mucho más y contribuyó a llenar de actividad
la mañana del domingo.
A las once de la mañana, los comerciantes empezaron a
montar los puestos. A las doce la plaza del Sol del barrio de La Pesa
estaba llena de productos de Cantabria y con música de la tierruca. Las
terrazas de los bares de alrededor se llenaron de gente que acudió ayer
a visitar la feria. «Está muy bien que se hagan este tipo de cosas para
animar el pueblo», señalaba Diana, vecina de la localidad.
En el puesto de los rabeles el dueño le explicaba a un
curioso cómo se pica la madera. En otro puesto estaba Beni, de Cartes,
que hace broches con arcilla. Las muñecas cuestan diez euros y tarda una
hora en confeccionarlas: «La imagen se transfiere a la arcilla y encima
se pone una capa de resina para protegerla». Sobre la gente y las
ventas, lo esperado: «Ahora está la cosa un poco parada y a la gente le
cuesta comprar», aclaraba.
Luis, que hace hórreos de todos los tamaños, opina lo
mismo: «No se vende nada porque no hay dinero». Ni siquiera paga las
horas y los materiales que utiliza: un hórreo tarda en hacerlo entre 12 y
14 horas y cuesta 140 euros. Es más exponer que vender.
Como Santiago, de Santander, que colocaba sus traineras en
el puesto a media mañana. Sus barcos en miniatura recogen cada detalle
con hercúlea precisión. Uno cualquiera cuesta 400 euros. «Es una
afición, aunque, si se vende, mejor». Pero no se vende. Aunque todo el
mundo se paraba a mirar. Los barcos tienen nombre: Castro, El Astillero,
Pedreña y son pequeñas y auténticas reproducciones. «Se hace a base de
ojos, manos y tiempo», aclaraba.
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