Campanos bajo la lluvia en Cabezón de la Sal

13 octubre 2015

Dijeron que iba a llover y llovió, pero bien. Y a pesar de todo, hubo gente. El sonido de las gotas de una lluvia gruesa sobre el suelo despertó a los vecinos. Eso, y por supuesto, los campanos de las vacas, que desde primera hora de la mañana desfilaron desde los pueblos de la comarca a la finca de Ontoria de Cabezón de la Sal, donde ayer se celebró la XXXVII edición de la Olimpiada del Tudanco. A las doce de la mañana diluviaba y hasta Ontoria se acercaban los vecinos con paraguas, chubasqueros y catiuscas. Menos gente que otros años a la vista, pero aun así, los visitantes acudieron a Cabezón y los vecinos salieron de casa.


Pero ayer fue el peor año que recuerdan los vendedores de los puestos, que se afanaban en quitar la lluvia de los toldos. Esa fue la imagen que seguramente se llevaron los feriantes Manuel García y su mujer, que a la una del mediodía solo habían vendido una docena de rosquillas. “Mal, con la lluvia mal. Es la primera vez que venimos. Desde Santander y lo hacemos por tradición familiar, pero no esperábamos encontrarnos este día”. Tartas caseras, almendras, garapiñadas y un olor dulce, como a vainilla, que provenía de una olla redonda. “Las vacas me gustan, eso sí, pero ya ves”, decía Manuel.

El año pasado no se podía transitar entre el tumulto, pero ayer la gente se paseaba por los puestos con facilidad y holgura. Cabían hasta los paraguas abiertos. La lluvia empañó el Pilar en Cabezón, pero aun así algo se vendió. “Sí, menos que otros años, pero algo sí”, decía Rocío Hernández, que vendía ajos con su padre “más baratos que en cualquier comercio normal, esa es la cosa, porque si no, no se venden”. Llegaba una clienta, Rocío los cogía y se los enseñaba. Los palpaba. “La Feria nos gusta, si no, no venimos, pero el año pasado por ejemplo, se nos dio mucho mejor”.

Por el puesto de los ajos pasaban Patricia Loranzana y Alicia Alonso, de Vitoria y de Valladolid respectivamente. “Acabamos de llegar. Nos gustan las vacas, pero nos tenían que haber avisado porque venimos en playeras y hay mucho barro. De momento vamos a echar un vistazo a los puestos”. De fondo, la voz de Nacho Barquín, nombrando a los colaboradores de esta fiesta y pinchando canciones del grupo Tanea.

Y otra comerciante, María Teresa Vázquez, de Torrelavega, decía que llevaba veinte años viniendo “y este es el peor con diferencia”. “Un desastre. Todo son pérdidas. No sé si sacaremos para pagar el puesto”. Vendía quesos, embutidos, pan y quesadas. A su lado, Marga Revuelta le daba la vuelta de 21 euros a un cliente. “Lo bueno de esto es que a pesar de lo malo que hace, hay gente, cosa que no entiendo porque llueve mucho”, señalaba. “Si no hiciera así, vendría muchísima más gente, eso sí”.

“Poca gente y mucha agua”, resumía también María José Arnaiz, con su hija, una pequeña de ojos grandes. Llevaba viniendo cuatro años. Vendía ropa y bisutería. La gente se paraba a mirar. “El tiempo influye, pero también hay menos dinero”, explicaba. “Se hace lo que se puede”. Y así transcurrió la mañana hasta las cuatro, en que tuvo lugar la famosa pasá de vacas tudancas por las calles del pueblo. Vecinos y visitantes volvieron a ocupar las aceras para ver pasar a las protagonistas, que desfilaron durante una hora. En total, 806 cabezas de ganado de raza tudanca. Nada más y nada menos. Y mucha gente que vino a verlo, porque el Pilar en Cabezón es una fiesta grande que le gana la batalla al tiempo.

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