El 6 de mayo de 2007 está grabado a fuego en la memoria
de la familia Calderón. A Gina, «la más ingenua de ocho hermanos», le
arrebataron la vida ese día. Javier, su compañero sentimental, la
estranguló y acuchilló varias veces. «Yo tenía un presentimiento, él
nunca me gustó». Quien habla es Irma Calderón, hermana de Gina. «Ella
era muy inocente. Tenía cuatro años más que yo, pero siempre la protegí
porque se lo creía todo. Mi madre siempre la llamó su pequeña por lo
buena que era». El recuerdo hace que se le llenen los ojos de lágrimas.
Menuda, alegre y «una modista de primera», Gina llegó a
Cantabria desde Colombia en 2006. «Al poco, comenzó a salir con Javier.
Lo conoció cuando trabajaba de camarera en el restaurante de nuestro
hermano, en Carrejo (un pequeño pueblo cerca de Cabezón de la Sal). Y
enseguida se marchó a vivir con él», explica la hermana. Aquellas
navidades, Gina y sus familiares viajaron a su país para celebrar las
fiestas. «Intenté convencerla de que se quedara en Colombia porque allí
tenía su trabajo de modista y era estupendo. Yo le decía: 'Ginita,
España no es para ti. A qué vas a ir, ¿a ser una camarera más?'. Pero
ella quiso volver para estar con Javi».
Gina, con 41 años y dos hijos universitarios, pidió a su
familia que respetase su decisión. «Poco antes de morir, me confesó que
estaba triste. Me dijo que Javier no la dejaba trabajar». Se toma un
momento y bebe un sorbo de café con leche para, quizá, quitar el frío.
«En varias ocasiones le ofrecí que se fuera a un piso de Torrelavega
porque la casa de Carrejo era antigua y fría. Ese día me pidió las
llaves y le dije que hablara con Javier, que le explicara por qué se
iba». Lo hizo y el 3 de mayo recogió sus cosas de Carrejo. Ese domingo,
Día de la Madre, Gina volvió al pueblo para ayudar a su hermano en el
restaurante. Fue la última vez que la vieron con vida.
«La llamé muchas veces y no me cogía el teléfono.
Alboroté a todo el mundo para averiguar dónde estaba Ginita». Horas
después, su hermano y su sobrino encontraban su cuerpo en el domicilio
de Javier. Él estaba a su lado, tapado con una sábana. Intentó quitarse
la vida. La Policía encontró una nota de suicidio, escrita por Javier,
que decía: «Esta vida es una mierda. Adiós». Irma bebe otro sorbo de
café para deshacer el nudo de la garganta. «Cuando llegué, no me lo
podía creer, se me vino el mundo abajo. Me dijeron que todo estaba lleno
de sangre». «Recordar todo esto es horroroso. Cuatro años y medio
después, sigo preguntándome por qué pasó. Cuando pierdes a un ser
querido por una enfermedad es muy duro, pero ¿que te lo arrebaten? Eso
no se supera nunca».
En octubre de 2008, la Audiencia Provincial de Cantabria
juzgó a Javier, que ya tenía antecedentes por alcoholemia y consumo de
cocaína. Le cayeron 13 años por un delito de homicidio y su abogado
recurrió la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia de
Cantabria, pero no funcionó. Para la hermana de Gina, los años a la
sombra son insuficientes: «No se ha hecho justicia. Él dijo una vez que
matar a una mujer era muy fácil en España. ¿Cumplirá la pena íntegra?
Seguro que no. Por buena conducta y esas cosas. Saldrá y ¿qué pasará
entonces? Que seguirá pagando lo que hizo porque vivirá sabiendo que
mató a mi hermana.
Ése será su infierno».
Dentro de cinco años, Irma quiere incinerar los restos de
su hermana y llevar sus cenizas a Colombia. «Los familiares de allí
actúan como si Ginita siguiera viva aquí en España». Pero al cruzar el
charco, van al cementerio y la realidad les cae encima como un mazo.
«Después de la muerte de su madre, mi sobrina se refugió en la religión y
de mi sobrino no sabemos nada». Cada palabra sale con dolor y apenas
puede contener el llanto. En el horizonte de Irma se dibuja la
posibilidad de volver a ver a Javier cuando salga de la cárcel, pero se
muestra fuerte: «Es duro, nos destrozó a todos. Pero tenemos que seguir
viviendo, por ella, aunque ya no esté con nosotros».
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