Las pasadas inundaciones han vuelto a llenar de preocupación a los
vecinos y usuarios de las riberas de los ríos de Cantabria en directa
proporción a las tópicas respuestas y promesas de las autoridades
competentes para abordar con garantías la resolución de los numerosos daños
y problemas que originan o eliminar los riesgos para bienes y
personas.
Lamentablemente los análisis de urgencia siguen
centrándose en los aspectos más anecdóticos –por muy dramáticos que puedan ser– y coyunturales sobre la aparición cada más frecuente de estos fenómenos que no son exclusivamente naturales por más que pudieran parecerlo. Y es que siguen sin abordarse las causas estructurales de unas inundaciones que tienen su origen fundamental en la ausencia de una restauración hidrológico-forestal con especies autóctonas –ya que
las alóctonas de pinos y eucaliptos no amortiguan las fuertes lluvias y
acentúan la erosión por sus estructuras radiculares, por la disposición de
sus hojas y por los impactos de las talas a matarrasa y apertura
indiscriminada de pistas– que sigue sin desarrollarse con carácter
sistemático en las cabeceras de ríos, arroyos y canales –aún los de
circulación esporádica– y en las laderas de fuerte pendiente; en el
espectacular aumento de los efectos de la escorrentía superficial y la cada
vez menor capacidad de infiltración ante la impermeabilización
generalizada; en la falta de respeto y ocupaciones privadas con
edificaciones, instalaciones e infraestructuras diversas del Dominio
Público Hidraúlico y las zonas de Policía de Aguas en las llanuras
naturales de inundación; y en la desaparición o adelgazamiento extremo de
los bosques de galería, las formaciones de ribera, las zonas húmedas
adyacentes y los cauces fósiles y meandriformes que servían de colchón
amortiguador de las grandes crecidas, independientemente de constituir
hábitats de rica biodiversidad y componentes esenciales de la singularidad
de los paisajes y los ecosistemas fluviales.
Pero estas
relaciones inmediatas de causa-efecto que multiplican los impactos
producidos por las inundaciones como uno de los resultados del cambio
climático donde los fenómenos extremos –y las sequías o los déficits
hídricos serán, también, el ejemplo contrario pero en estrecha relación con
los desequilibrios hidrológicos que se están produciendo–– van a repetirse
con mayor frecuencia, deben centrar nuestra atención en los contextos más amplios y las razones estructurales que están detrás de estas
amenazas a la seguridad ambiental y a la utilización sostenible de unos
recursos y unos espacios indispensables para la sociedad.
Por ello,
una estrategia eficaz de prevención de las inundaciones o minimización de
los daños que pudieran producirse, debería revisar o superar, de
forma urgente, los contextos o causas profundas de estas situaciones: La
falta de cooordinación entre las Administraciones Públicas en la ordenación
territorial y la planificación urbanistica en los entornos de los cursos de
agua, la dispersión de competencias en la gestión de los ecosistemas fluviales, el aplazamiento reiterado en la gestión directa de la Comunidad Autónoma en los ríos que discurren íntegramente por el interior de Cantabria, la ausencia de criterios multidisciplinares en el tratamiento integral de las cuencas hidrográficas demasiado expuestas a una visión exclusivamente ingenieril e hidraúlica frente a
la necesaria dimensión ambiental e hidrológica que deberían introducirse en
las actuaciones sobre los espacios afectados, el fácil recurso a la obra
pública de inversiones caras y aparatosas en encauzamientos salvajes,
escolleras indiscriminadas –sin valorar los efectos rebote y el aumento de
la velocidad de la corriente–, y supresión de los trazados meandriformes –y
sin perjuicio de obras menores, más selectivas y dosificadas, más blandas y respetuosas con la dinámica fluvial que atiendan a necesidades muy concretas y sin otra solución posible–, la paralización
del proyecto LINDE sobre delimitación del Dominio Público Hidraúlico y de
los Planes de Restauración de Cauces y Riberas, el abandono de testimonios
relevantes de las culturas fluviales tradicionales – pequeñas presas,
canales, molinos, minicentrales hidroeléctricas, muretes y bolsas, áreas
recreativas, zonas de baños, arboledas, vados y paseras...–, cuya rehabilitación, además de otros beneficios económicos y sociales, podría contribuir en muchos tramos, a regular y moderar los negativos efectos de las grandes avenidas o crecidas, la falta de consideración
de los impactos y el efecto-barrera de carreteras, rellenos, polígonos,
urbanizaciones..., tienen sobre el natural discurrir de las aguas en ríos y
arroyos, el trazado inadecuado de redes de alcantarillado –mal orientadas,
con secciones y luces insuficientes, carentes de sistemas de bloqueo o
desdoble en rías y estuarios para contrarrestar la coincidencia de mareas
vivas con el aumento de los caudales fluviales...–, la deforestación
extrema – o la repoblación con especies inadecuadas– de las formaciones de ribera y los bosques de galería tanto de la vegetación arbórea como la
arbustiva y el sotobosque asociados –que carecen, cada vez más, del
espesor, la densidad, la anchura, la continuidad y el carácter compacto que
les definían– pero también en laderas y entornos más alejados que han ido
perdiendo capacidad de esponjamiento y humedad ambiental en su doble
función de retención de las fuertes precipitaciones o fenómenos de “gota
fría”, por un lado, y de garantía de reservas hídricas y protección de
manantiales o acuíferos para las épocas de sequía por otro.
Emilio Carrera. Miembro de Ecologistas en Acción-Cantabria
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