Suenan los primeros cohetes, los rayos de sol entran por
las rendijas de las ventanas, los más madrugadores abren los ojos y
salen al balcón para escuchar a las charangas que ya empiezan a
despertar al pueblo. Es la mañana del Día de Cantabria en Cabezón de la
Sal. La Montaña. La fiesta declarada de Interés Turístico Nacional a la
que cada año acuden cientos de personas y que da comienzo la víspera, el
sábado por la noche, con la orquesta y la macrodiscoteca que se instala
en el centro del pueblo. «Este año la macrodiscoteca terminó más
tarde», dice Irene al día siguiente, con su falda roja de montañesa,
preparada para disfrutar de este día.
Un día en el que los puestos repletos de todo tipo de
productos cántabros abren el telón por las calles del pueblo y Cantabria
se deja ver a través de sus tradiciones. Todo se tiñe de rojo y blanco.
Las chicas con falda roja y chaleco negro. Los chicos pantalón azul y
pañuelo rojo a la cintura. Alpargatas con cintas rojas que dibujan
laberintos en las piernas de las chicas.
La mayoría madruga para unirse a las charangas que animan
las calles del pueblo. Los más recelosos, salen más tarde a mirar los
puestos. No importa, el día de La Montaña es más largo que el resto.
En las casas, las banderas de España y de Cantabria
adornan los balcones y las amas de casa preparan el tradicional cocido
para toda la familia. Fuera de casa, albarcas, cuévanos, campanas,
caballitos de madera, artesanía, cerámica, más pañuelos...
En la plaza de La Huerta de Jovita hay puestos con
almendras dulces y apetitoso chorizo criollo. Una mezcla de aromas que
abre el apetito. Ayer se celebró de nuevo La Montaña en Cabezón y como
cada año, las gentes vinieron al municipio a recordar que son de la
tierruca.
Menos movimiento
«Aunque este año se ve menos movimiento», dicen los de
los bares. Ya el sábado noche se percibió la poca afluencia. «La
crisis», culpable. «Se nota más flojo que otros años», dice el camarero
de una de las terrazas. A pesar de que las calles estaban llenas de
gente y faltaban sillas para todos los que querían sentarse a tomar
algo, el bajón era perceptible. «En la principal avenida del pueblo
había mareas de gente y este año se puede caminar sin problema», dice
Diana, que hace dos años que no viene a La Montaña. Mari vende todo tipo
de dulces apetitosos para rendir un homenaje al paladar de aquellos que
se acerquen a su puesto. «Este año nos está yendo bastante peor»,
asegura después de 20 años viniendo a vender su dulce a Cabezón.
Sin embargo, los comerciantes permanecieron al pie del
cañón toda la jornada viendo pasear a los visitantes. «Cada vez cuesta
más sacar el dinero del bolsillo», asegura María, que ha comprado un
disco del grupo cántabro Tanea mientras daba una vuelta por los puestos.
A pesar de todo, el buen ambiente estuvo presente y la tradición se
coló en cada rincón de la localidad.
La música salía de todas partes, las charangas no paraban
de moverse y la oferta gastronómica estaba hecha para todos los
paladares. Las demostraciones folklóricas de grupos de danzas, picayos,
trovadores, rabelistas. entusiasmaron a vecinos y visitantes. Por el
pueblo se instalaron diversos templetes donde cada uno pudo elegir a su
gusto la actuación que deseaba ver. «Ahora va a actuar el solista
Aurelio Ruíz», dice el 'presentador' micrófono en mano desde uno de los
escenarios.
Diversión y más diversión
Ya por la tarde, el ambiente parece que hubo más gente.
Por los puestos, productos de todo tipo. Cestas de mimbre grandes,
medianas, pequeñas, en miniatura.Cuadros, paraguas «por si le da por
llover», porque con este clima nunca se sabe. También bolsos, ropa,
calzado y juguetes, muchos y variados juguetes. También cachivaches en
la plaza del pueblo, a todo gas. La tienda de fotos sacó las primeras
imágenes al escaparate para que la gente se vea en ellas y las compre.
Todos aprovechan esta fiesta. Ventas y diversión.
Los bares sacaron ayer las barras a la calle y la gente
se agolpó alrededor de ella con el fin de tomar algo que les refrescara.
Irene, Gloria y Marina cargan con un vaso de cerveza. «Es una fiesta a
la que tengo mucho cariño porque cada vez que vengo revivo mi infancia»,
dice Gloria, que vive en Mar. «Te encuentras con la gente de siempre y
ves que todo sigue igual», dice. «Aunque hay menos ambiente y es una
pena porque se puede terminar perdiendo», apostilla Marina. Mientras, en
las marquesinas, los autobuses no dejan de descargar visitantes.
Cantabria estaba ayer en Cabezón.
Las peñas con camisetas no abundaron tanto este año. «Se
está perdiendo la tradición», afirmaban decepcionados. Pero al final de
la noche algunos volvieron a pedir agua a la gente que se asomaba
divertida a los balcones de las casas. También hubo botas de vino que
pasaron de una boca a otra. Los niños veían la fiesta sobre los hombros
de sus padres. «Quiero un globo», pedía Borja, de tres años.
Belén vive en París, aunque es de Cabezón, y viene cada
año. «Es una fiesta muy emotiva y emocionante», afirma entusiasmada.
«Después de tantos años viviendo fuera, no me lo perdería por nada del
mundo», dice mientras come rabas en una terraza acompañada de sus amigas
de toda la vida.
La mejor parte llegó ayer a las 19.30 horas, con el
desfile de carrozas y carretas típicas de la región. Entonces, se
formaron filas de vecinos en torno a la avenida principal. Media hora
antes de la 'pasá', como se llama en Cabezón, empezaron a llegar los
espectadores. «El desfile es lo mejor», dice Carolina. En el
espectacular desfile están todos. Los mastines, los grupos de danzas de
toda Cantabria, las charangas, las carretas y carrozas, que han sido
realizadas por grupos de vecinos, que llevan semanas trabajando.
Repartieron chorizo y vino entre los asistentes y
demostraron que el lema Cantabria se lleva muy adentro. El desfile fue
el resultado de una mezcla entre originalidad y tradición. Aunque con
menos gente que otros años, la Montaña dejó ayer una estela de alegría
en Cabezón.
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