Cabezón, más cántabro que nunca

09 agosto 2010


En el Día de Cantabria, en Cabezón de la Sal, parece que amanece más temprano y se hace de noche más tarde y, al final de la jornada, se cierran los ojos de los cabezonenses entre imágenes de trajes regionales, gaitas y castañuelas.

Ya desde por la mañana, el sonido del despertador es sustituido por las gaitas y los tambores que entonan orgullosos el himno de la región. Los aparcamientos completos, las calles colonizadas por puestos repletos de comida típica de Cantabria y las aceras quejándose bajo las suelas de los jóvenes, que llevan camisetas con lemas ocurrentes.

Cada año es lo mismo. Primero se marcan los días claves en el calendario, entonces el mes de agosto se convierte en una fiesta con números vestidos de 'boli' rojo. La mayoría hace sus cábalas, no es fácil compaginar chupinazos, procesiones y carrozas con el trabajo. Pero el Día de Cantabria no se trabaja, es la fiesta del pueblo, y de la región, por excelencia. Ayer los vecinos salieron con un pañuelo rojo al cuello y camisetas blancas, como blanco también estaba el cielo. En los puestos, pulseras, relojes, sombreros e incluso paraguas. Las terrazas de los bares sin una sola silla libre y masas de gente esperando para ver el folklore regional. El que no se divierte es porque no quiere.
La música de los bares salió ayer a la calle y se mezcló con gaitas y panderetas. Ni un rincón de silencio, es el Día de Cantabria. Ana González viene de Sancibrián: «Me está gustando mucho y anoche había muy buen ambiente. Ayer el tren a Cabezón venía lleno de gente», afirmó. Sin límite de edad, las faldas de montañesas rojas y negras hacen que las niñas parezcan princesas de Cantabria. María García es una de ellas: «Hoy es un día de júbilo en el que te reencuentras con la gente y todo el mundo sale a la calle. ¡Viva Cantabria!», grita orgullosa.

Uno de los puestos llama especialmente la atención, botellas de licor en forma de zapato, lagartija o unicornio. Luis Ángel, el vendedor, dice que las ha hecho él mismo fundiendo el cristal. Una obra de arte que atrae a todo el que pasa. Eso, y las tartas, magdalenas y quesadas típicas de la región. A la una de la tarde, la plaza del pueblo atestada de gente esperando para disfrutar de pandereteros, picayos, gaiteros y danzas. Los niños a hombros de sus padres para ver mejor. Al final, los únicos que notan el cansancio son los pies y la garganta. Pero ayer, más que nunca, existían demasiadas excusas para continuar.

Después de comer, las vacas se pasearon por las calles del pueblo rumbo al encierro, los vecinos se asomaron a los balcones a verlas. A Brendan, de Bristol (Reino Unido), todo esto le llama profundamente la atención: «Es muy interesante, algo así no existe en Inglaterra. Es original ver a familias enteras vestidas igual», comenta. Eva, su novia, que es de Barcelona, opina lo mismo: «Me encanta. Hay gente de todas las edades y todo el mundo parece pasárselo muy bien».

Desfile de carrozas

Justo antes de que cayese el sol, pasaron las carrozas. Un desfile de carretas, artesanos, pastores con bueyes y perros mastines. Entonces, el orgullo de ser cántabro corre más deprisa que de costumbre por las venas. Ayer daba igual lo que dijera el DNI, todos los que pasaron por Cabezón fueron durante 24 horas auténticos cántabros.

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